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La Virgen de Guadalupe nos une

Por: Pbro. Lic. Arturo Macías Pedroza
La Virgen de Guadalupe nos une en una misma esperanza.
Foto: Facebook de la Parroquia de Ntra. Sra. de Guadalupe, el cerrito

El país dividido es llamado a la unidad gracias al acontecimiento guadalupano. Ya desde sus orígenes la presencia de la Virgen de Guadalupe forjó un país en estas tierras que aún no tenían ni unidad ni identidad. La presencia española tenía un genuino afán, interés y entrega por lograr una unificación, pero no podía. El español se ve como adalid de Dios enviado con la espada a imponer la cruz y, lo que es peor, considera satánico, diabólico todo lo que no sea según su modo de ver las cosas. Si era ya considerado diabólico lo judío, lo emocional e incluso lo cristiano que no es como ellos. Lutero, Enrique VIII son diabólicos. ¡Imaginen como habrán actuado ante la religión mexicana! El diablo en persona. Había una barrera infranqueable que les impedía aceptar lo que es la cultura de esos pueblos.


Y la cultura que imperaba en esas tierras tenían un desarrollo admirable aportando, por ejemplo, algo esencial al desarrollo de la humanidad: alimentos. Cuando un hombre puso un pie en la luna como muestra de la potencia de la humanidad y dijo: “es un pequeño paso de un hombre, pero un gran paso de la humanidad”, estaba ciertamente afirmando que ahí ponía el pie Pitágoras, Galileo y toda la gente que había contribuido al desarrollo de la ciencia; ahí estaban también los indios mexicanos pues el maíz, que es la base de la cultura humana nutricional, es una creación artificial que liberó a la humanidad del hambre. Esto es sólo una pequeña muestra de que ya había una cultura tecnológicamente avanzada.


Pero para el tema que nos ocupa, importa mucho más lo que pensaban ellos. Tenían una filosofía y una teología admirables: El mundo es una lucha continua. Se están matando siempre sol, luna y estrellas. Esa evidencia cósmica para ellos no se discutía, y en su mentalidad filosófica identificaban correctamente la vida con el movimiento y por tanto el corazón que se movía cuando había vida. Había otras ideas radicalmente diversas como la concepción de la verdad, de la divinidad, en resumen, había una incapacidad cultural de compresión mutua entre los españoles y los pobladores de las tierras americanas totalmente insalvable, mucho más difícil que la separación entre tamiles y ceilandeses, españoles y vascos, irlandeses e ingleses, judión y árabes; gente enteramente afín que tiene pocas diferencias culturales, más bien políticas y económicas, pero suficientes para que no se acepten jamás.

El problema árabe israelí no es nada comparado con la diferencia cultural de hace quinientos años entre España y México, pero que aquí se resolvió en cuatro días. Sin cambiar se aceptaron mutuamente y nació el México mestizo. La puesta en escena es bastante sencilla: rayos, música de pajaritos, una niña vestida preciosa. Ese milagro increíble de una imagen maravillosa pero perfectamente normal para un español, un templo, una petición al obispo para que acepte hacer esto. Eso cambió la historia del mundo, al menos en la parte que somos nosotros.


El mensaje de la guadalupana logró integrar lo que parecía imposible. Ha unido este país, siendo un mosaico polícromo de culturas. Pensemos como una muchacha judía (María), toma un nombre árabe (Guadalupe), para ser patrona de Extremadura (la invasión) y el alma de México; su pura persona es ejemplo de unidad.


La imagen unificó a pueblos amerindios enemigos entre sí, a culturas totalmente diversas, a dos razas (la imagen es una muchachita mestiza), al cielo con la tierra (manto y vestido), a los irreconciliables sol y luna y, en general, al México de hoy.


Pero Dios jamás da favores que sean favoritismos. Somos administradores, encargados en plena confianza con esos dones para cumplir una misión. El pueblo de México tiene una función universal con el don de la guadalupana. La raza de bronce está llamada a un papel protagónico a nivel mundial. Tenemos esa vocación y responsabilidad por descubrir a fondo.


La peculiar situación del país, la división creada en la sociedad, los enormes saltos cualitativos, cuantitativos, acelerados y acumulativos de esta nueva época nos afligen, pero no nos desconcierta ni nos hacen olvidarnos de los sufrimientos del mundo. Un signo de unidad puede ser una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. Un servicio al bien común es un servicio de unión que mira adelante. Promover la unidad no decepcionará jamás. La corrupción, la división, la injusticia y la impunidad son cargas puestas sobre nuestras espaldas, pero el acontecimiento guadalupano nos da sentido de pertenencia, de identidad y de unidad para poder superarlos.

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