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Suave Patria

Padre Arturo Macías Pedroza


Sin duda uno de los poemas patrióticos más conocidos en México, “La suave Patria”, publicada por primera vez en 1921 sigue siendo actual. Este pasado 15 de septiembre contemplé extasiado y conmovido profundamente la expresión popular de esta Patria suave en dos lugares de nuestra Laguna durangueña: en el poblado La Popular, cerca de Gómez, que celebraba sus fiestas patronales de Nuestra Señora de los Dolores. El otro lugar fue entre la multitud que participó al “Grito” frente al palacio municipal de Gómez. En ambos vi una Patria que perdura opuesta al declamador, al orador, al demagogo. Nívea, ígnea, Fina y fuerte, en la “galana pólvora de los fuegos de artificio”. en La Popular, vi el brillo de unos ojos infantiles que, enmarcados con los moños y trenzas propios de estas fiestas, resplandecían amorosos por México y todo lo que la Patria es y expresa en sus tradiciones que aún perduran. En la ciudad vi un niño que, sin duda aun emocionado por lo que había vivido en la ceremonia del grito de independencia, le tiende la mano a un militar que estaba presente. El soldado, dejando su posición de firmes, no pudo contener la emoción de tan espontánea y sincera manifestación y, sin decir una palabra, se saludaron de mano prolongando el momento más allá de lo habitual. Admirando sin duda, lo que de México tenía cada uno. Me sentí privilegiado de haber visto ese momento, pero sin duda hubo muchos ese día.


La Patria reflejada en el poema del Jerezano Ramón López Velarde, refleja el orbe de las pequeñas cosas, de los pequeños hechos, de los personajes que en su sencillez y simpleza son veta pródiga. Con imágenes y rimas inusitadas, con un lenguaje hecho de las materias del cuerpo y de la tierra, más vívido que la misma realidad. Ese mundo de las muchachas de provincia que van a misa mientras la brasa les quema el cuerpo, de la orquesta dominical en el kiosco de la plaza tocando valses criollos, del dueño de la tienda de telas con apetencias o aspiraciones de cacique, de los pianos tocados por una solterona triste al atardecer, del picador en los cosos taurinos del municipio, … era darle, como decía él, “majestad a lo mínimo”.


La Patria íntima, leve, cuya unidad “castellana y morisca, rayada de azteca” con voz femenina de nacionalidad, no proclama la violencia, sino que la desafía con el arma poderosa de la no violencia al salir a celebrarse como Patria, al vaciarse en las calles con la alegría de quien se sabe libre y reclama su libertad. Esta Patria nace contra la lucha fratricida, contra el domino homicida de Caín, y esa Patria es leve, subjetiva, colorida, folklórica. Hay en esta Patria la “épica sordina” que complementa el “bélico acento” del potosino Francisco González Bocanegra en nuestro himno nacional. Es la Patria de mirada mestiza que une la provincia y la Capital, el establo y el petróleo, el México antiguo y el México moderno, lo católico y lo pagano… Una Patria que pone la inmensidad en los corazones, de ferias y festividades de pequeños pueblos con su cohetería destellante, de calles límpidas como espejos con “el santo olor de la panadería”, de la mexicana que al estrenar su ropa hace que el país se arome con el aroma del estreno, de las cantadoras de feria. La Patria dibujada por Velarde en epítetos inolvidables sigue ahí “impecable y diamantina”, “alacena y pajarera” es una patria fiel a su espejo diario, pero alejada de la violencia de las horas. En un díptico simple, reproduce el poeta en sustancia el pacifismo y la filosofía cristiana del zacatecano: “Te dará frente al hambre y al obús, un higo San Felipe de Jesús”. Es decir, frente a la pobreza y la miseria, frente a la turbulencia armada, el primer santo mexicano, ése que, según la leyenda, haría reverdecer, al ser canonizado, una higuera desde siempre seca, nos dará un higo de ese árbol para mitigar el hambre y alentar la paz. Sin ser teórico, ideólogo o intelectual activista, era un liberal católico y un pacifista.


La supremacía de la barbarie, que pulveriza o enloda todo, nos invita a pensar en lo profundo y descubrir nuestra suave Patria. Ante la miseria que desplaza la pobreza, las caravanas del hambre que han levantado sus casas en las ciudad perdida que ha ido ciñendo –estrangulando- a nuestro Gómez hasta volverse el principal paisaje. La delincuencia que se ha vuelto penosamente cotidiana con crímenes de todo tipo, secuestros como vasta organización y crecimiento a niveles insoportables de la deuda y desempleo… no puedo dejar de pensar en la ardiente actualidad de este poema, este gran poema, que nos llama a volver a esa Patria leve, modesta, la de los pequeños hechos y las cosas sencillas, la de la vida diaria, sencilla en sus costumbres, que nos está llamando a una nacionalidad que desde hace mucho no escuchamos. Esa Patria, en fin, como el íntimo y mejor refugio ante tanto terror y desamparo. No ya la Patria del oropel, no ya la Patria de lo irracional y tonto: no ya la corrupta ni la inicua sino la trásfuga de lo trivial, de lo obvio que necesitamos pensar y pensar en la gran Patria: la del gran frac, “La suave Patria” puede servirnos para descubrir la intimidad de la Patria, regresar al hacha, al fervor, al hervor de los “pájaros de oficio carpintero” a la virtud, a lo no mítico, a lo innominable, a lo irreductible, a lo que no pueden manchar los que intentan destruirla porque es etérea, es íntima, ingrávida, insustancial, disociada de lo álgido, de lo “no Patria”. Afirma, a cambio, la humildad de las personas, de lo arcano y de las cosas.


Renuente a prácticas deshumanizantes, destructoras del país, La suave Patria perdura, opuesta a quien quiera exfoliar a México, y llama a la conversión desde dentro a cada uno de sus hijos a sentirse parte de ella, estar a la altura de esa Patria fina, fuerte, fiel, nívea, ígnea, eclíptica, virtuosa.

¿Qué debemos hacer cada uno para corregir rumbo y estar a la altura de esta Suave Patria?

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