¡Ánimo!
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Por: Pbro. Luis Armando Carlos Alfaro

Escribo estas líneas reflexionando sobre lo ocurrido con el padre Francisco Nevárez. Fue impactante verlo pocos minutos después de haber partido a la Casa del Padre; pero también al verlo ahí postrado recordé su consejo que siempre me daba cada vez que me despedía de él tras celebrar la Eucaristía en el Asilo donde pasó los últimos meses de su vida: ¡Ánimo!, era el consejo que me brindaba con una gran sonrisa que reflejaba en sus ojos la paz que se encuentra en Cristo.
Todavía el jueves pasado, al finalizar de imponerle el escapulario de la Virgen del Carmen, en medio del silencio en el que había caído, con voz clara y fuerte y con una sonrisa que desprendió de sus labios, me dijo: ¡Ánimo! ¡Gracias!, y ya no habló nuevamente.
Esa palabra, ¡ánimo!, evoca lo que Jesús decía a sus discípulos y nos recuerda que Dios nunca nos abandona, que Él camina a nuestro lado, incluso en los momentos más difíciles de la vida. Creo firmemente que es lo que el padre Nevárez vivió durante toda su vida en el ministerio sacerdotal, y que compartió con los fieles y especialmente, en los últimos años, con las religiosas del Verbo Encarnado y el Colegio Villa de Matel, donde sirvió como fiel servidor al frente de la familia de Dios.

El Señor lo ha llamado a su presencia, y durante los momentos más difíciles, en los que ya no podía valerse por sí mismo, su confianza en Dios permaneció fuerte. Cada vez que un servidor celebraba la Eucaristía, al momento de la consagración, se enderezaba, poniendo todas sus fuerzas restantes miraba fijamente el lugar del santo sacrificio, repitiendo las palabras junto conmigo: “Este es mi cuerpo, esta es mi sangre que se derrama por ustedes”.
Hay muchas experiencias que las personas en el asilo pueden compartir: en la última semana proclamaba el trisagio a la Santísima Trinidad, oraba a la Virgen de los siete dolores, repetía las palabras de la Eucaristía… en medio de su enfermedad y sufrimiento, ese ¡ánimo! fue su fortaleza, y fue la fortaleza de muchos.
¿Qué nos queda a nosotros que lo conocimos, algunos por varios años, otros apenas unos meses? Nos queda seguir poniendo nuestra esperanza en Dios, quien nunca nos defrauda, y aunque no comprendamos completamente el porqué de las cosas, debemos entender que puestos en las manos de Dios, nunca estaremos solos. El padre Nevárez lo vivió, lo compartió y nos deja un ejemplo elevado de fe y esperanza.

Sentimos dolor por su fallecimiento, pero también encontramos paz y consuelo, pues Cristo, aquél que él predicó, le ha dicho al padre Nevárez: ¡ánimo!, ¡no temas!, pasa a una de las habitaciones que he preparado para ti.
Padre Nevárez, descanse en paz, que sus enseñanzas sean fuente de fe y esperanza para nosotros, y que en el camino de la vida que nos resta podamos seguir confiando en ese buen Dios que lo ha llamado a su presencia.
¡Misión cumplida, padre Nevárez! Descanse en paz.
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